Los balanceos del bote anclado a
orillas de la bahía aparentaba esquivar las pequeñas crestas de las suaves olas;
esperaba a que uno de sus tres hombres a bordo, subiera el ancla para salir a
navegar, a jugar con las grandes olas a mar abierto, era su fantasía y lo
esperaba días y noches con los vaivenes de las mareas, a que ello sucediera.
Estaba a punto…: pintado de verde y blanco
como la bandera de Andalucía, e incluso los remos limpios y rascados de moho y óxido, las redes
y velas bien cosidas.... Era Juan
un hombre muy apañado que se dedicaba a dejarlo en perfectas condiciones de
conservación. Recibía de su jefe un gaje que le servía para su tabaco y algún
que otro vino que se tomaba en el bar con los amigos. Estaba sentado en un
rollo de maroma con uno de sus cigarros liado entre los dedos; no se consumía
solo, sino que chupada tras chupada le sacaba suavemente todo lo que podía
exhalar; la mirada perdida y puesta en las luces del pueblo que desaparecían una tras otra como una orden pasada por un
vigía. Amanecía Era él y una brillante estela de luz asomaba por encima del
pueblo. En el borde del puerto, las mujeres y sus hijos esperaban para
mandarles el amargo adiós. Mientras que
Juan meditaba una y otra vez y con pena,
la situación de su pequeña familia y de la conversación de esa misma mañana con su
mujer, de nuevo embarazad. Ya tenían un niño de tres años.
--¡No sé qué vamos a hacer Juan, con
otra boca más que alimentar!
--¡Yo tampoco cariño! Cada vez
que salimos a pescar se trae menos kilos de lo que se puede y somos tres, de
manera que el Jefe tiene que hacer muchos
números para poder seguir tirando.
--¡Sí tirando, y tu familia
empujando!
--¿Y qué quiere que haga Manuela?
¡Los trabajos escasean!
--Lo sé, pero si queremos tener
una familia en condiciones tendremos que buscar algo más.
No pasó
mucho rato en el que a lo lejos, los puntitos de las lámparas de las casas, se
perdieron en el horizonte y la estela incandescente que formaba en la noche
desapareció de la Bahía, dándole paso a los rayos de sol.
--Vámonos; es la hora - la voz
del Jefe colocó a Juan en la realidad-
antes de que amnezca.
Antes
de salir les dieron el adiós a sus
familias y un tanto hicieron ellas. Los tres y al unísono se pusieron manos a
la obra.
Izaron
las velas y agarrados a los remos, navegaron hacia el mar abierto, eligieron un
sitio por intuición y echaron las redes; pasaban los minutos, las horas, y
llegó el mediodía. Comieron. Después de la comida el Jefe saco de la bolsa un
termo con café caliente que les supo a gloria, en alta mar siempre hace más frío.
Juan se lió un cigarrillo y preguntó al
Jefe si iban a sacar las redes, no hubo contestación, miro a Pedro y éste se encogió
los hombros. Empezaba a oscurecer los últimos rayos de sol desaparecieron. Juan
no se dio cuenta que la luna estaba frente a ellos y según avanzaba la noche su
reflejo en el agua, formaba un río de estrellas; de pronto se dieron cuenta que
el tiempo cambiaba y las olas cada vez venían más grandes. De nuevo la voz del
Jefe les hizo despertar.
--Está bien, saquemos las redes.
Entre
Pedro y Juan empezaron a tirar de ellas pero no podían, el Jefe tuvo que
aportar su fuerza para poder sacar la bolsa de peces que abultaba muchísimo más
que ningún otro día. No se lo podían creer, era una pesca impresionante. El
Jefe comento:
--Sería lo suyo si pudiéramos pasar inadvertidos de la Guardia
Civil - dijo enfandado .
Los tres entrecruzaron miradas sin hacer algún
comentario, pero Juan, mientras encajaba los pescados, le daba vueltas al hecho
de que los guardias les quitaran lo que habían ganado con sus propias manos, y
por otro lado pensaba que no iban a tener tan mala suerte.
Izaron
las velas y la brisa de la noche los empujaba hacia la bahía. Estaban contentos
a medias y por lo menos hasta que vendieran la pesca, no lo estarían del todo “era
cuestión de suerte” aunque tenían a favor que volvían más tarde de lo común,
normalmente veían la Bahía al atardecer con pesca o sin ella.
A
lo lejos se divisaba la estela de luz que formaban las luce de las casas. De
alguna manera se les notaba un poco inquietos, tenían ganas de llegar pero por
otro lado, temían a los guardias. Poco a poco, Juan en un remo y Pedro en otro,
sin ruidos y sin luces que los delataran,
llegaron hasta el sitio de salida y echaron el ancla. No se veía un alma.
--¡No hay moros en la costa!
Vamos a tratar de hacerlo lo más rápido posible antes que alguien dé el
chivatazo -comentó el Jefe.
Recogieron
y taparon todo lo que suponían pudiera delatar cualquier indicio de una gran
pesca. Subieron las seis cajas de pescado bien repleta al muelle y una tras
otra, las iban metiendo en el coche del Jefe que rápidamente, dio un giro a la
llave de contacto y el motor se puso en marcha.
Todo
estaba saliendo bien, pero aun no habían salido del puerto cuando unas luces de
colores rojas y azules reflejaban en el retrovisor interior. El Jefe quiso
acelerar pero Pedro dijo que no era buena idea, que mejor sería intentar el
dialogo. No solo requisaron todas las cajas sino que además le pusieron una
multa al Jefe y la prohibición de pescar por un tiempo.
Apenado,
triste y con las manos en los bolsillos Juan se encaminó al bar de costumbre a
tomar unos vinos; no quería contar a Manuela lo que había pasado. Mientras se
acercaba a la barra se quitó la gorra, y la manga de la chaqueta le sirvió para
limpiarse las gotitas que asomaban por su nariz, que se dejaron sentir por el
frío que había pasado en el mar.
--Buenas noches.
--¿Un vino, Juan?
--¡Claro! ¿Para qué crees que
vengo aquí?
--¿Pasa algo?
--¡La vida que es muy dura!
El vaso con vino fino, lo apuró
de un trago.
--¿Te lo puedo pagar mañana?
--¡Claro hombre!
Camino
de su casa se lió un nuevo cigarrillo. Manuela que estaba en la puerta lo vio
acercarse fumando, con su gorra calada
hasta las orejas y meditabundo.
-- Hola Manuela.
--Mírame a la cara Juan. ¿Qué es
lo que ha pasado?
-- La Guardia Civil nos ha
pillado, lo siento cariño
Juan se lo contó todo.
-- No lo sientas Juan, y no te
preocupes que no hay mal que por bien no venga. Juan abrió los párpados para
entender a su mujer. Seguía mirándola a los ojos. Ha venido a vernos mi tía y
me preguntó si estabas dispuesto a trabajar como ayudante de mi tío en su
pescadería, el no está bien de salud y no tiene a ningún familiar más cercano.
A
la mañana siguiente en el portal de su casa, Manuela despedía a Juan y él con
la mano puesta en la barriga de su mujer y con una sonrisa en su boca, se alejó
camino de su nuevo trabajo.
Dos días después Juan entró en su
bar y se sorprendió al ver a su Jefe y a Pedro que estaban charlando en la
barra.
--Buenas noches
--¿Un vino Juan?
--Si y le pones lo que quieran a
estos dos amigos.
--Hola Juan. “Dijo Pedro”
Enhorabuena por el nuevo trabajo.
--Hola hombre. “Dijo el jefe” Eso,
enhorabuena.
-- Muchas gracias. ¿Qué pasó con
la denuncia? “Le preguntó al Jefe”.
--Bueno, no ha llegado sangre al
río y pronto volveremos a pescar. De manera que el día que pueda hacerlo te
llamaré por si puedes venir.
--Claro que sí, cuente conmigo,
que si puedo iré.
--¡Ah! Otra cosa. Si te interesa
seguir el mantenimiento del bote puedes seguir con ello. Ya estaremos en
contacto.
Apuraron
los vinos después del brindis. El Jefe no permitió que pagara Juan.
--Bueno, que haya suerte y muchas
gracias por todo. “Dijo Juan”
--Adiós
El Jefe y Pedro les dijeron
adiós.
Esta vez no se hizo un cigarrillo,
sino que salió del bar muy ligero para contar a Manuela lo sucedido. Y en voz
baja exclamó:
¡mi Manuela se pondrá contenta!
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