Abría
los ojos con pesadez, sentía que de nuevo había tenido unos sueños fantásticos…,
mi cuerpo aplastado en el colchón y mi mente adormilada, trataba de recordar
esa parte que a medias, había vivido sin tener un final. La buscaba,
intentándolo una y otra vez, las escasas escenas que recordaba, en las que
fueron desarrollándose las imágenes, de una vida sencilla y maravillosa; un mundo
de color: miles en primavera, el marrón en otoño, el gris en invierno y el
naranja en verano.
Noté cómo la luz de
un nuevo día entraba por la ventana, miré hacia el hueco y vi el cielo azul,
una pequeña sombra la cruzaba una y otra vez, pero finalmente entendí, que era
producida por el vuelo de un ave. Pensé que sería un gorrión porque los oía
cantar. “Lo hacían todos los día al amanecer”. De pronto, un gorrión se posó en
el alféizar de la ventana y dudó entrar. Daba saltitos de un lado a otro, piando,
y mirando con un ojo hacia mí entre las deprimentes rejas y con el otro, al
mundo.
A mi pesar, comprendiendo sus dudas, su desconocimiento, no
tuve más remedio que gritarle. ¡Vete de aquí, no entres! ¡No ves que me pasó lo
mismo que a ti! Sí, que sin pensar en la vida el pie en la jaula metí. ¡Vete de
aquí, no entres! Hoy estoy recluido en este cajón de colores sí, me recuerdan
lo vivido pero me engañan ¡no son colores naturales! Pero por el cielo te juro,
que algún día saldré, te buscaré y cuando te encuentre amigo…
Ahora no puedo, aún me queda, por ello te suplico. ¡VETE DE
AQUÍ!
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