Aún recuerdo tu mano sobre mi mano alzada en aquel inmenso
cielo negro en busca de una estrella, la mía.
Me contabas un cuento hermoso, explicando el por qué de la
existencia de un firmamento lleno de estrellas. Según tu teoría cada vez que
nacía un niño en cualquier lugar del mundo, a la vez, nacía una estrella en el
cielo, por eso se dice que ¨todos tenemos una estrella¨ la mía estaba a la
izquierda de la osa mayor, era resplandeciente destacaba de las demás, o por lo
menos eso me parecía.
Cuando la estrella comenzaba a perder su luz hasta que se
apagaba, su otro yo en la tierra fallecía, dejando un vacío en el espacio para
que un nuevo astro lo ocupase.
En definitiva, así es la vida, “dualidad”, alegría, tristeza,
risa, llanto, amor, desamor, vida y muerte…
Sólo tenía nueve años, pero aquello se grabó en mi mente para
siempre.
Tú ya no lo recuerdas ¿verdad?
Te limitas a
observarme con los ojos hundidos en tu delgado y envejecido rostro, ausente,
pero conservando aún la dulzura en tu mirada.
Tus dedos
temblorosos y huesudos apenas pueden sostener la taza de leche que estás
tomando sorbo a sorbo muy despacio, intento evitar que se te caiga de las manos
ayudándote a la vez que te dedico una entrañable sonrisa.
De pronto el
silencio de la habitación se ve interrumpido por unos suaves golpes de nudillos
en la puerta:
-¿Se puede?
- ¿Cómo no?
¡Adelante!
-¡Buenos
días Pedro! Qué bien acompañado estás. Vengo a cambiarte las sábanas. Ya sé que
ésta noche las has mojado, pero no te preocupes por eso, tenemos que dar
trabajo al servicio de lavandería también ¿no te parece?-comenta la celadora de
forma jovial y enérgica mientras me guiña un ojo con gesto de complicidad.
-¡Claro que
sí! Estoy de acuerdo contigo, todos necesitamos trabajar para poder vivir. –Le
contesto sonriendo para intentar disimular mi tristeza.
Presentía
que su estrella comenzaba a apagarse cuando me comunicó el médico hace seis
meses que padecía una enfermedad degenerativa bastante avanzada.
Me
acerqué con los ojos vidriosos, le
acaricié suavemente la cara, áspera por la barba sin afeitar de varios días y
le besé en la frente.
-Bueno, me
tengo que ir, los niños me esperan en casa, te envían muchos besos, el domingo
vendremos todos a verte cómo siempre. Te quiero papá.
El me sigue
con la mirada en completo silencio hasta verme salir y justo al cerrar la
puerta pregunta a la celadora:
-¿Es de
noche? ¿Se ven las estrellas?
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