13 de marzo de 2014

ESTRELLA TRAICIONERA. Maria del Mar Alvarez.


Aún recuerdo tu mano sobre mi mano alzada en aquel inmenso cielo negro en busca de una estrella, la mía.
Me contabas un cuento hermoso, explicando el por qué de la existencia de un firmamento lleno de estrellas. Según tu teoría cada vez que nacía un niño en cualquier lugar del mundo, a la vez, nacía una estrella en el cielo, por eso se dice que ¨todos tenemos una estrella¨ la mía estaba a la izquierda de la osa mayor, era resplandeciente destacaba de las demás, o por lo menos eso me parecía.
Cuando la estrella comenzaba a perder su luz hasta que se apagaba, su otro yo en la tierra fallecía, dejando un vacío en el espacio para que un nuevo astro lo ocupase.
En definitiva, así es la vida, “dualidad”, alegría, tristeza, risa, llanto, amor, desamor, vida y muerte…
Sólo tenía nueve años, pero aquello se grabó en mi mente para siempre.
Tú ya no lo recuerdas ¿verdad?
Te limitas a observarme con los ojos hundidos en tu delgado y envejecido rostro, ausente, pero conservando aún la dulzura en tu mirada.
Tus dedos temblorosos y huesudos apenas pueden sostener la taza de leche que estás tomando sorbo a sorbo muy despacio, intento evitar que se te caiga de las manos ayudándote a la vez que te dedico una entrañable sonrisa.
De pronto el silencio de la habitación se ve interrumpido por unos suaves golpes de nudillos en la puerta:
-¿Se puede?
- ¿Cómo no? ¡Adelante!
-¡Buenos días Pedro! Qué bien acompañado estás. Vengo a cambiarte las sábanas. Ya sé que ésta noche las has mojado, pero no te preocupes por eso, tenemos que dar trabajo al servicio de lavandería también ¿no te parece?-comenta la celadora de forma jovial y enérgica mientras me guiña un ojo con gesto de complicidad.
-¡Claro que sí! Estoy de acuerdo contigo, todos necesitamos trabajar para poder vivir. –Le contesto sonriendo para intentar disimular mi tristeza.
Presentía que su estrella comenzaba a apagarse cuando me comunicó el médico hace seis meses que padecía una enfermedad degenerativa bastante avanzada.

Me acerqué  con los ojos vidriosos, le acaricié suavemente la cara, áspera por la barba sin afeitar de varios días y le besé en la frente.
-Bueno, me tengo que ir, los niños me esperan en casa, te envían muchos besos, el domingo vendremos todos a verte cómo siempre. Te quiero papá.
El me sigue con la mirada en completo silencio hasta verme salir y justo al cerrar la puerta pregunta a la celadora:
-¿Es de noche? ¿Se ven las estrellas?



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