13 de marzo de 2014

RECORTES. Inés Cordones.


Yo vivía en el bosque, junto al mar. Durante un tiempo, mi vida transcurrió relativamente feliz, me daban de comer, de beber, y me llevaba bien con mis compañeros.
Con el cambio de gerente la comida escaseó, así como su calidad. Hubo un ERE en la empresa, el personal quedó muy reducido. La limpieza de nuestros aposentos se redujo al mínimo. Los cuidadores ya no tenían tiempo para dedicarnos sonrisas ni caricias. Nuestra salud física y síquica empeoró.
Ante este panorama, fuimos convocados por quien en otro tiempo fue rey de la selva, nos reunimos en las piscinas donde antes danzaban orcas y delfines. Expusimos los graves problemas que nos acuciaban. Descubrí el declive de mis compañeros. Su majestad Leoncio I, no lucía su aristocrática y acicalada cabellera, ahora parecía de puro esparto; andaba renqueante y los veterinarios desistieron de hacerle una nueva operación de cadera. El altivo y musculoso gorila estaba muy delgado, parecía un faquir. El elefante hembra, después del incidente de Botswana, padecía depresión. Al tenebroso cocodrilo le daba vergüenza hablar, estaba “mellao”; un grupo de cotorras, lo estaba mortificando preguntándole que le había traído el ratón Pérez.
No todos estaban demacrados. El pavo real lucía una esplendorosa cola, que sin reparos desplegaba ante nosotros. La jirafa, esquelética, con el cuello retorcido por una contractura, le increpaba por chivato y por haberse vendido al gerente por un puñado de grano.
–No soy el único que no apoya vuestras reivindicaciones; los murciélagos me han dicho que ellos no piensan salir de la gruta, con lo asqueroso que está el parque tienen muchos mosquitos  que comer– indicó. Mientras decía esto, pasaba por delante de la llama, que se dispuso a soltarle un salivazo, pero estaba tan deshidratada que no lo consiguió, más le sentenció: – ¡Ojalá te entre un dolor miserere, y se te destiñan “toa” las plumas de la cola! –; maldiciones como éstas las había aprendido de su antiguo cuidador, un gitano andaluz.
– ¡Vamos a votar ya!, tengo que ir a darle de mamar a mis cachorros–. Señaló una enclenque tigre, cuyas costillas se confundían con sus rayas. La pobre, se negaba a aceptar que sus crías habían muerto en el parto.
Eran tan graves nuestros problemas que decidimos hacer un manifiesto con nuestras reclamaciones y convocar una huelga.
Pregunté que debía hacer, pues yo era el primero que tenía que actuar, soy el papagayo encargado de hacerme las fotos con los clientes, a la entrada del parque. Me respondieron que llegado el momento, me diese la vuelta, dándoles la espalda, y que de paso, defecara, apuntando al objetivo de la cámara.
Al día siguiente, mi cuidador no fue a buscarme. Una asociación protectora de animales había puesto una denuncia y el zoológico fue precintado por orden del juez. Entonces pensé: “tal vez ahora descubran que no tengo papeles y me devuelvan a mi hogar, el bosque junto  al mar.”


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