El gorrión se posó en el alféizar de la ventana y dudó en
entrar. Asomaban los primeros rayos de sol, cálidos y agradables. Se entretuvo
un rato en el zócalo picoteando algunas migas de pan. Un festival de colores
alegraban el ventanal lleno de geranios, claveles y gitanillas de cuyos pétalos
todavía húmedos por el rocío se desprendía un aroma embriagador.
A medida que pasaba el tiempo y los rayos de sol se
intensificaban el gorrión esperaba impaciente para reencontrarse con su
admirado ídolo.
Cuanto más hermoso luciera el sol mas brillante sería su
actuación.
Unos minutos más tarde llegó una golondrina que acababa de
volver a su nido después de un largo periodo de migración. Tampoco estaba
dispuesta a perderse el espectáculo.
Las flores también esperaban impacientes, pues les tenía
robado el corazón.
De pronto se abría la ventana, una persiana de madera se
enrollaba y tras sujetarla con un nudo en un cordel, asomaba una mano fuerte y
ruda de dedos gruesos y piel morena que sostenía con delicadeza una jaula de
gran tamaño de color dorado y con diseño árabe.
En su interior se alojaba un canario de plumaje amarillo
brillante cómo el sol.
Sus gorjeos eran hermosos y afinados.
Todos lo observaban embelesados cómo si fuese un ser
superior.
-¿Por qué yo no tengo un plumaje tan bello ni puedo entonar
un solo trino cómo el?- se preguntaba el gorrión.
-Es tan hermoso y elegante….- suspiraba la golondrina.
Las flores se apoyaban unas en otras, mimosas y románticas
dejándose mecer por la brisa y por supuesto sin quitar ojo al galán.
Estaban entusiasmados con el espectáculo cuando el canario se
quedó en silencio y con mirada triste y melancólica se dirigió a ellos:
-No sé que admiráis de mí….. Nunca pasé frío ni hambre,
tampoco sed. Es cierto, pero mi plumaje y mi canto sólo son dones otorgados por
la naturaleza, no tienen ningún mérito a mi parecer. Por el contrario, pagué un
alto precio por ellos, lo más valioso que pueda tener cualquier ser vivo “la
libertad”.
Todos lo miraban absortos e incrédulos.
-Amigos, entregaría el resto de mi vida encarcelado en ésta
jaula, por disfrutar de un solo vuelo hacia el cielo y obtener por una vez la
visión del mundo exterior. Poder calmar mi sed en un pequeño charco de lluvia,
viajar en compañía, cómo tú, querida golondrina, cuando te marchas con tus
hermanas en otoño en busca de una nueva primavera.
Con tu plumaje discreto y tus pequeños trinos me conformaría,
serían más que suficientes para hacerme feliz gorrioncillo.
Sin embargo, mi belleza es efímera, mis alas están atrofiadas
y sin fuerza por que nunca pude desplegarlas para alzar el vuelo y mis garras
son débiles. Lo único que puedo hacer es cantar, mi canto es a la libertad, por
eso sois dignos de mi admiración amigos….
Todos quedaron entristecidos y pensativos después de escuchar
atentamente el discurso del pobre pájaro.
Amanecía un
templado y nítido día primaveral, cuando volvieron a sacar al canario en su
jaula para que comenzase su concierto rutinario. No salía de su asombro cuando miró
al frente encontrándose con una bandada de pájarillos alegres y alborotados,
dirigidos por el gorrión y la golondrina, acudieron entre todos , con sus picos
abrieron la puerta de la lujosa jaula, ayudando a su amigo a salir de ella.
Conjuntamente lo sujetaron y alzaron el vuelo con él entre sus picos, volaron
sin detenerse hacía el cielo azul, acercándose al sol mientras el ave reía sin
parar, entonando el trino más hermoso de su vida. Era feliz…
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