−Aún recuerdo tu mano sobre mi mano sobre mi mano,
alzadas en aquel inmenso cielo negro en busca de una estrella. ¿Te molesta que
hablemos de ello?− afirma Jesús, mirando a Mónica a los ojos,
mientras sopla el café que el camarero del balneario les ha servido.
−No, ahora que nos hemos reencontrado y contado
todo sobre nuestras vidas, me gustaría preguntarte sobre aquello. Acabó de
forma tan repentina y parrandeada, al menos para los demás ¡Nosotros no tuvimos
ninguna oportunidad! ¿Verdad?− dice ella, observando en su frente unas
incipientes manchas oscuras. −¿Qué dijeron tus padres?
−Mi padre, con fanfarronería, se lo contó a todos
sus amigos, incluso en Reyes me regaló la bicicleta Orbea que tanto deseaba, ¿Y
los tuyos?− dice con una socarrona sonrisa, que deja al
descubierto una cuidada dentadura.
−Me tuvieron recogida durante seis meses, y en
verano tuve que irme de vacaciones con ellos− contesta ofuscada, abanicándose mientras
piensa “esa dentadura es postiza,
seguro”.
−Claro eran otros tiempos, imperaba el machismo,
lo siento. ¿Has contado la historia alguna vez?− pregunta,
advirtiendo que a su amiga le está dando un sofoco.
−Si, a mi nieta la mayor, tiene dieciséis años, le
gusta escribir y me pide que le cuente historias, ¿y tú?− detalla ella
orgullosa.
−No, ya lo hicieron mis padres y mis amigos.
Significó mucho para mí aquella noche ¿Qué recuerdas tú?− le
pregunta, acariciándole tiernamente la mejilla.
−El temblor de tu mano, muy distinto al que tienes
ahora por el Párkinson–responde inclinando su cara y apretando la
mejilla contra su mano, con mimo.
− Lo que tengo grabado es el silencio, la
turbación que sentí, cuando apagaron las luces del campamento… descubrir cada
vez más y más estrellas… el canto del búho − declara nostálgico.
-Yo recuerdo la
protesta de la pinocha, cuando caminábamos hacia el descampado, donde habías
escondido el saco de dormir− cuenta Mónica, la boca entreabierta, las cejas
fruncidas, intentando recordar algo más.
−Recuerdas cuantas estrellas llevábamos antes de…
−¿ Liarnos?– exclama con picardía, arqueando una ceja −Quinientas
veinticinco, y al final no encontramos la estrella que estábamos buscando− exclama, abriendo
sus brazos con gesto de resignación.
El, risueño
comenta -Nos quedamos dormidos. Llegó la más pretenciosa de todas, con su enérgica luz veló a las demás. Nos
traicionó. Nos descubrieron.
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