Mi familia, desde siempre,
compraba el pan diariamente en el horno “La Pastora.”
Después de varios años fuera,
acabadito de recalar en El Puerto, me coloqué en la larguísima y apretada cola
que a esas horas, invariablemente, se producía en la popular panadería
Al principio no di importancia a
los golpecitos que sentí en mi costado.
“Será un niño”, pensé.
Más estos siguieron, y notaba yo,
que con mayor intensidad.
Juicioso, intenté dar unos
pasitos hacia al frente, pero delante tenía a una señora con unos glúteos
desarrollados y muy bien proporcionados, ¡la prudencia no me permitía avanzar
más!
En el poco espacio de que
disponía, mientras que los persistentes puyazos se estampaban en mi cintura,
giraba sobre mis pies de un lado hacia otro, una y otra vez, me tocaba la
cabeza, la oreja, me pasaba la mano sobre la cara, respiraba hondamente…
Unas risas y un último codazo me llevaron a
volverme, enfrentándome a una desconocida, con cara sonriente, que iba
tornándose sonrojada, para cambiar su expresión por un gesto de sorpresa.
- ¡Ay! ¡Ay! Manolo, cariño, que yo pensé que era nuestro
amigo el jardinero, el Damián.
- ¡No señora, soy su hermano Juan
Manuel!
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