El doctor Alejo murió asesinado.
Indudablemente murió estrangulado. Era un hombre alto, atlético, elegante y
sociable. A pesar de su edad, seguía siendo un hombre atractivo. Conservaba sus
aires de Don Juan, así como una larga melena, ya canosa, recogida en una
coleta. Todo esto y su especialidad, cirujano plástico, lo había llevado a ser
asediado por muchos de sus pacientes y envidiado por sus compañeros. Sin
embargo, el médico mantenía la soltería. Jamás acudió a ningún evento
acompañado de pareja, ya fuera hombre o mujer.
Cuando el comisario, acompañado
por su equipo acudió a su casa, avisado por la señora de la limpieza, encontró
al cirujano sentado en un sillón, los ojos desorbitados, la lengua colgando y,
rodeándole el cuello, su coleta. En apariencia ésta había sido el arma
homicida. A su lado una caja de cartón, a medio abrir, con las pegatinas de una
empresa de paquetería. Entre sus dedos un panfleto, que el comisario sin
reparos comenzó a leer:
>>Marisol, le proporcionara
una sensación más humana que las anteriores que usted haya podido disfrutar, al
haberle añadido el nuevo componente “drisdray”
al caucho. Con el nuevo computador
integrado dispone de múltiples opciones según sus gustos y necesidades. A
través del teclado colocado detrás de la oreja izquierda, podrá elegir por
ejemplo, que se exprese mediante insinuantes susurros, gritos de varias
intensidades, palabras obscenas en distintos grados, ... que se le erice la
piel, que aumente la presión de sus abrazos, … y otras novedades que encontrará
detalladas en el libro de instrucciones.>>
Llegado a éste punto, el intrigado policía
escuchó:
-¡Señor! ¡Venga a ver esto!
En el dormitorio, sentada sobre
el respaldo de la cama, una muñeca de plástico marchito, rubia, vestida con un
picardías rojo. Por sus pecosas mejillas corrían dos lágrimas.
En su mano, un puñado de la
canosa cabellera del doctor Alejo.
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