13 de marzo de 2014

MARISOL PRIMERA. Ines Cordones.


El doctor Alejo murió asesinado. Indudablemente murió estrangulado. Era un hombre alto, atlético, elegante y sociable. A pesar de su edad, seguía siendo un hombre atractivo. Conservaba sus aires de Don Juan, así como una larga melena, ya canosa, recogida en una coleta. Todo esto y su especialidad, cirujano plástico, lo había llevado a ser asediado por muchos de sus pacientes y envidiado por sus compañeros. Sin embargo, el médico mantenía la soltería. Jamás acudió a ningún evento acompañado de pareja, ya fuera hombre o mujer.
Cuando el comisario, acompañado por su equipo acudió a su casa, avisado por la señora de la limpieza, encontró al cirujano sentado en un sillón, los ojos desorbitados, la lengua colgando y, rodeándole el cuello, su coleta. En apariencia ésta había sido el arma homicida. A su lado una caja de cartón, a medio abrir, con las pegatinas de una empresa de paquetería. Entre sus dedos un panfleto, que el comisario sin reparos comenzó a leer:
>>Marisol, le proporcionara una sensación más humana que las anteriores que usted haya podido disfrutar, al haberle añadido el nuevo componente “drisdray” al caucho. Con el  nuevo computador integrado dispone de múltiples opciones según sus gustos y necesidades. A través del teclado colocado detrás de la oreja izquierda, podrá elegir por ejemplo, que se exprese mediante insinuantes susurros, gritos de varias intensidades, palabras obscenas en distintos grados, ... que se le erice la piel, que aumente la presión de sus abrazos, … y otras novedades que encontrará detalladas en el libro de instrucciones.>>
 Llegado a éste punto, el intrigado policía escuchó:
-¡Señor! ¡Venga a ver esto!
En el dormitorio, sentada sobre el respaldo de la cama, una muñeca de plástico marchito, rubia, vestida con un picardías rojo. Por sus pecosas mejillas corrían dos lágrimas.

En su mano, un puñado de la canosa cabellera del doctor Alejo.

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