Todo estaba listo: las redes, los
remos, las velas, ambos subieron al barco, encendieron el motor fuera borda y
comenzaron a navegar por el rio, el reflejo de las luces de las farolas
titilaba en el agua.
–Échate
un rato papá, al menos un par de horas hasta que lleguemos, te aviso si pasa
algo– Dijo
Andrés, ajustándose con su mano enguantada el gorro de lana, mientras que con
la otra agarraba la manivela del motor.
–Sí,
me hace falta, aunque no sé si lo conseguiré. Despiértame cuando avistes la
Roca– contestó
Diego, colocándose en posición fetal sobre las redes, cubriéndose con una
manta.
−¡Papá, papá!– Gritaba Andrés zarandeando a su
padre.
– ¿Qué
pasa?–
Preguntó, incorporándose con rapidez, encogiendo los ojos, deslumbrado por la
luz.
– ¡Aquello,
qué es? ¿Parece un hombre en una balsa? ¡Mira, nos hace señales! ¿Qué hacemos?–
Exclamó Andrés.
– ¡Lo
que nos faltaba!– Masculló el padre enfadado, mientras se colocaba las gafas de
sol.
Los dos hombres se miraron dudando...
–¡Anda,
acércate a ver qué le pasa al imbécil ese! – Dijo el padre con resignación.
–¡Gracias
paisa, me llamo Arfan, necesito ayuda, mi barca se está hundiendo!–
Gritó el naufrago en perfecto castellano y con una gran sonrisa. Estaba de pie,
tenía sus brazos cruzados sobre sus hombros, y balanceaba su torso atrás y
adelante, a modo de saludo y agradecimiento.
– ¿Llamas
a eso barca? ! Eso es una balsa de
juguete... pero si hasta tiene
publicidad de Nivea!– Le dijo Andrés asombrado.
–Vamos
a llamar a salvamento marítimo, para que vengan a recogerte, le daremos tu
posición, nosotros tenemos que seguir– repuso Diego malhumorado, mientras
sacaba su móvil.
– ¡No,
no por favor!– suplicó Arfan. – ¡Voy para Ceuta! He pasado muchas
calamidades en vuestro país. El trabajo está mal para ustedes, así que
figúrense para mí. Me dirijo a mi aldea en Camerún.
– ¡Mira
negro, nosotros nos estamos buscando las papas, y tú no entras en nuestros
planes, así que decide: llamo o te ahogas ¡Imprudente!– Contestó
con rabia, mirando de soslayo a su hijo, que suponía compadecido de aquel
muchacho. Parecían tener la misma edad.
– Mira
paisa, llegué a Cádiz con doce años,
después de atravesar todo el desierto, en el maletero de un autobús. Me
descubrieron, me llevaron a un centro de menores hasta que cumplí los
dieciocho, trabajé en la construcción, en el campo, he vendido alfombras, he
corrido en carreras populares, donde los premios se daban en dinero, ¡ahora, ni
así! para participar hay que pagar, porque han quitado subvenciones a los
clubs... ¡estoy harto paisa! Sólo tienes que ayudarme a cruzar al otro lado,
luego ya me las apaño–.
– Quillo
con ese cuerpo, y la fama que tenéis los negros, no se te ocurrió hacer de
gigoló de alguna artista madurita o de una aristócrata– Le
interpeló Andrés, con socarronería.
– Soy
negro, moro y pobre, pero tengo dignidad. ¿Y vosotros? Me parece que no vais a
pescar con ese barco. ¿Os dedicáis al contrabando? ¿Tabaco o hachís?– Indicó
Arfan, con altanería.
– ¡Tabaco!
A nosotros tampoco nos va bien. Yo era director de la sucursal de un banco. Me
despidieron por no querer colocar preferentes a los clientes–.
–Y yo,
estudiaba Ciencias del Mar, hasta que al hijo de puta del ministro se le
ocurrió reducir las becas– Intervino Andrés enfurecido.
–No
entiendo para que lleváis las velas y los remos. La red sé que es para
arrastrar los fardos, ¿no?–
–Los
remos son por si tenemos que entrar o salir sin hacer ruido. Y las velas es
nuestro plan B. ¿Y tú para que llevas
gafas y aletas de buzo?– Preguntó intrigado el frustrado
estudiante.
–Para
nadar más deprisa. Os lo ruego, sólo tenéis que dejarme a las afueras del
puerto de Ceuta, lo demás es pan comido, a propósito ¿lleváis algo para comer?
El cielo y el mar se arropaban,
despidiéndose del sol, cuando dejaron a
Arfan, que además de las gafas y las aletas, llevaba el traje de neopreno de
Andrés.
Después de un largo trecho en
silencio, el padre comentó: − Ese moro me ha dado una lección. La dignidad no hay que perderla, voy
a contar lo que sucedió en el banco. Ya no tengo miedo a esos directivos
mafiosos, cuando lleguemos a tierra llamaré a nuestra amiga Lucía, la periodista. Arfan al
despedirse nos dijo, que su Alá nos protegería–.
–Esperemos
que sea así– Contestó Andrés, señalando al horizonte, una potente luz se
reflejaba en el agua.
– ¡Vamos,
rápido, ponemos en marcha el plan B!– Expresó Diego con nerviosismo.
Tiraron al mar motor, redes y remos, e
izaron las velas.
Los focos de la patrullera de la
guardia civil enfocaban al mar, buscaban a dos hombres, padre e hijo,
aficionados a la vela. Salieron a navegar y no habían regresado. La obscuridad
fue rota por una bengala de socorro, que
chivateó su posición. Eran ellos, como les habían dicho, en la vela mayor se
veía un desgastado toro negro, símbolo de la firma vinatera que, en épocas
mejores, les patrocinaba.
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