El joven Ernesto, empuñando una pistola, se presento en casa del hombre que le había arruinado.
-Va a pagar usted por todo lo que me ha hecho.
- Si muchacho, hágalo, me hace un favor.
Sorprendido y desconcertado, sin dejar de mirarlo no comprendía nada púes D. José era arrogante y orgulloso. De repente se abrió una puerta de una sala. Sorpresa todavía más grande se llevo, pues ya no había en la casa un D. José si no dos. Y pensó: cuando digo yo que lo malo abunda. Pero más raro fue cuando él segundo me animó a disparar, que le quitaría un gran peso de encima, que es lo que era su hermano para él. Y como lo último que yo quería hacer era una favor a esta persona, pues salí por la puerta igual que había entrado.
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